Periodismo, manipulación en masa

Valerie H.


[..] nadie contribuyó más al descenso que el literato con sus adulaciones, que el periodista con su improbidad y mala fe. Ambos, que debieron convertirse en acusadores y justicieros de los grandes criminales políticos, se hicieron encubridores y cómplices.
-Manuel González Prada, Páginas libres.

Los medios de comunicación en Colombia con los años han sido protagonistas de una degradación constante. Su objetivo, más allá de informar, se centra en el deseo de tener el rating más alto, de vender más, y nunca han dudado en hacer cualquier cosa para lograrlo, llegando incluso a jugar con la (in)sensibilidad de las personas.

El periodismo es una rueda más del engranaje de la élite podrida que es dueña del país: políticos corruptos y grupos empresariales que sólo quieren ver sus arcas más y más llenas de oro a costa de la miseria y el hambre del pueblo.

Desfiles de muertos, atracos, tragedias, futbolistas y el famoso de turno se repiten día a día. Es una fórmula infalible para mantener al ciudadano promedio pegado de la pantalla insultando a políticos y grupos sociales, opinando de situaciones de las que poco o nada sabe y sin prestar atención a los problemas a su alrededor. Mientras sus ojos se ocupan con notas e informes incompletos, que muchas veces no son ciertos o son simples cortinas de humo, decisiones importantes, que pueden afectarlos, son tomadas en otras partes, a puertas cerradas.

Los medios de comunicación incitan a las personas que los sintonizan a que consuman basura en vez de contenido crítico que les permita formarse como parte activa de la sociedad. Estos medios ocultan información y tergiversan la poca que puede filtrarse. Usan la realidad como si fuera una obra de teatro, eliminando y agregando escenas y personajes según les convenga.

Se supone que el periodismo es el ejercicio libre de mantener informadas a todas las personas sobre acontecimientos relevantes y que las afectan directa o indirectamente. Se debe ejercer con transparencia y objetividad, sin emitir juicios precipitados o burlas hacia los implicados. El periodismo tiene un papel tan importante en la sociedad que quienes lo ejercen firman, implícitamente, un pacto de ética para no manchar negativamente aquello que están contando.

Su verdadero propósito se centra en contar las cosas tal y como son, con el fin de generar conciencia sobre las situaciones que se narran, para así convertir a los ciudadanos en individuos críticos, capaces de analizar el contexto en el que viven, que puedan producir soluciones y replicarlas entre quienes no han tenido la fortuna de formarse en entornos alfabetizados.

Sin embargo, aquellos que se arriesgan a hacerlo, a denunciar, a hablar de la realidad del país, son tachados de izquierdistas con agendas comunistas cuyo mayor objetivo es la adoctrinación del ignorante de turno, para degradar más a Colombia, porque el problema, según ellos, son esas ideologías radicales en las que se hablan de cooperación y equidad, como si creer que en este pedazo de tierra poder derrotar al hambre, a la violencia, al abandono del Estado y a la miseria fuera una utopía sacada del libro más vendido en el siglo pasado.

A la mayoría de la gente no le interesan los demás. Son víctimas de una educación deplorable que les pinta en la cabeza con marcadores a prueba de agua que siempre y cuando estén ellos bien, la situación del otro no importa. Viven como anestesiados, mintiéndose a cada segundo, pretendiendo que el mundo no está en llamas y que no estamos en el centro, siendo consumidos por el fuego.

Se hace fácil creer que en este platanal no existe la verdad y sólo habitan zombies, más preocupados con lo banal y el proyectar una vida de ensueño en redes sociales. Gente que se adhiere sin problemas a este sistema que insiste en marcar como vándalos, delincuentes y terroristas, a un pueblo que lucha por el derecho a tener una vida digna. Y mientras, los verdaderos criminales se visten de traje y corbata o uniforme verde y portan armas letales. ¡Pero, ay de quien los ataque! ¡Ay de quien se atreva a decir la verdad! ¡Ay de quien no se quede quieto y en silencio, poniendo la otra mejilla, como decía el cura cuando todavía se iba a misa!

Pero aun así, hay gente que no se deja meter el dedo en la boca, ni traga completo, hay quien no se deja engañar ni pintar pajaritos en el cielo con el discurso de “es culpa del castrochavismo” enredado en ellos. Hay quien, a pesar del miedo, la opresión, la censura, la violencia y las amenazas, da el paso más allá y se lanza al abismo oscuro que es decir la verdad en Colombia, un agujero negro en el que sólo se sabe que habrá obstáculos y peligros.

Hay quien se pregunta si vivir con la cabeza gacha vale realmente la pena cuando hay tanta injusticia en las calles y al sistema no le importa, cuando los grandes medios de comunicación están más interesados en reportar noticias absurdas o que son más mentira que verdad porque la agenda detrás de ellas no concuerda con la de quien paga los salarios en el set.

Hay quien va en busca de la verdad y la defiende. A esos pocos me atrevo a llamarlos héroes, porque como dijo González Prada (1976) “para elevar el espíritu de una prensa no hay mejor remedio que libertarla” (p. 94). A esos colombianos sí les duele lo que pasa en Colombia y no están dispuestos a callar su voz porque sea lo conveniente, lo políticamente correcto, lo cómodo y lo fácil. Se la juegan todos los días. Van contra viento y marea, con las pocas herramientas que tienen a la mano, produciendo contenido a sabiendas de que cada nota, cada vídeo, cada entrevista es un clavo más en un ataúd que verá sus cuerpos probablemente más pronto que tarde.



Referencias

González Prada, M. (1976). Horas de lucha. En Páginas Libres. Fundación Biblioteca de Ayacucho.