Consideraciones del utilitarismo en el pensamiento latinoamericano


Valerie H., L. Morales


El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: "Este, me dice, es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Garcilaso éste Quintana." Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: ¡Shakespeare! ¡Dante! ¡Hugo...! (Y en mi interior: ¡Verlaine...!)
Luego, al despedirme—: "Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París."

-Rubén Darío, (1896).

En un recorrido por los capítulos La unificación del mundo del libro La era del capital, 1848-1875 de Hobsbawn, La postergación de la experiencia de la modernidad en Colombia de Ruben Jaramillo Velez y el artículo La modernización literaria de Latinoamérica (1870-1910) de Ángel Rama encontramos un punto evidente en común, la modernidad. Si bien los autores se centran en distintas temáticas relacionadas a esta corriente y tienen puntos de vista algunas veces discordantes, este punto de unión es innegable. Sus perspectivas, sus posturas y lo que encuentran más destacado de este mismo tema en común nos resulta interesante.

En consideración con el texto de Hobsbawn (2010), resulta curioso que si bien trata de distintas invenciones como el ferrocarril, el telégrafo, la expansión del comercio internacional, todos elementos comúnmente conocidos como parte del proceso de modernización, no atribuye el término “modernización” al período de tiempo abarcado entre 1848-1875. Propiamente en referencia a la modernidad encontramos adjetivos como “mundo moderno y moderna tecnología”, sin embargo, la no nominalización no deja de ser interesante, dado que el autor reflexiona sobre cómo estos elementos mencionados logran o no una unificación mundial total. Podemos intuir esto a que la modernización no es algo tan sencillo como un fecha exacta dentro de cada país o, incluso, dentro de áreas específicas, como nos explica Rama (1983) con el hecho de que en Brasil se denomina literatura modernista a la literatura que en el resto de Latinoamérica se llamaba vanguardismo, países en los que la literatura modernista ya había pasado, un ejemplo claro de que la modernización o lo que se entiende como moderno debe ser tratado de acuerdo a los diferentes matices que presenta.

Una explicación más amplia de esto la tenemos en Rama (1983): “La modernización no es una estética, ni una escuela, ni siquiera una pluralidad de talentos individuales como se tendió a ver en la época, sino un movimiento intelectual, capaz de abarcar tendencias, corrientes estéticas, doctrinas y aun generaciones sucesivas que modifican los presupuestos de que arrancan.” Es así como la modernización toma otra distinción más abarcadora, la intelectual. Es en este ámbito en el que resaltamos un pensamiento repetitivo ya sea desde el recuento globalizado hecho por Hobsbawn (2010), desde el enfoque colombiano de Jaramillo Velez (1990) o a partir de la literatura como Rama (1983), y que está directamente relacionado en cómo la modernidad penetró en Latinoamérica, este pensamiento recurrente es la necesidad de renunciar o incluso repudiar al pensamiento hispano dejado por los colonizadores para abrazar la ideología externa, especialmente de Francia y Norteamérica por parte de los países latinoamericanos. Esta necesidad de adquirir modelos extranjeros para escapar de la tradición colonizadora, nació del deseo de tomar un nuevo rumbo y obtener los mismos beneficios tanto económicos como ideológicos de países como Estados Unidos, Francia o Inglaterra. La tradición anterior era criticada y se le atribuía todos los defectos y carencias de las jóvenes naciones de la época, desde el aislamiento de las colonias, pasando por las diversas aristas de la economía hasta adentrarse en lo profundo del sistema político paternalista que controlaba cada aspecto de la sociedad.

Este deseo de cambio, fundamentado por las minorías intelectuales, es mencionado en el texto de Jaramillo Velez (1990) como utilitarismo. Él atribuye el término, a su vez, a Jaime Jaramillo Uribe, definiéndolo como “un divorcio del espíritu español, no sólo porque implicaba un nuevo patrón en las ideas éticas y en la concepción metafísica, sino también porque como teoría del derecho, del estado y de la administración representaba la antítesis de la tradición hispánica” (pp. 9). El utilitarismo también se ve reflejado en las corrientes literarias formuladas en la época que, en su mayoría, se ven influenciadas por las extranjeras.

La necesidad de atacar al pensamiento tradicional hispanista puede verse ejemplificada en la colonización anglosajona en Estados Unidos, como el caso de Virginia que el autor toma como ejemplo citando a Jaramillo Uribe:

Los puritanos que fundaron esas colonias no fueron los instrumentos de un gobierno codicioso, destructor y armado contra las hordas americanas. Ellos llevaban consigo el sentimiento de libertad y personalidad excitado en lo más vivo y caro para el hombre -la creencias religiosa-, y al emprender la colonización no iban al Nuevo Mundo en solicitud de oro y como aventureros militares sino en busca de una patria, resueltos a fundar una sociedad fija y permanente y animados por las virtudes de la vida civil.

De esta forma, el autor nos muestra que muchos pensadores de su época, como Samper, destinaban el diferente crecimiento de las Américas a los colonizadores que llegaron allí, en el caso de los españoles, guiados por el Estado y con sus tantos defectos, los cuales permanecieron. Esta cuestión puede contrastar con uno de los hechos narrados por Hobsbawn (2010), el de la fiebre del oro de California, el que nos permite reflexionar que, si bien es cierto que los colonos anglosajones no enloquecieron por el oro o las piedras preciosas, y no se dedicaron a una única actividad, como en el caso de los españoles, podríamos intuir que no fue por falta de ganas o por motivos de permanencia como se pensaba en ese entonces, sino a la falta de recursos y materia todavía desconocida.

Jaramillo Velez (1990), sin embargo, nos deja ver esa crítica a la ingenuidad de las naciones y al desespero de adquirir esos modelos sin estar preparados espiritualmente, ni haber pasado por todos los procesos que sí ocurrieron en Francia y en Estados Unidos. La crítica acoge especialmente, al grupo de intelectuales, pocos y privilegiados, que tomaron una postura radical. Y aunque esa ingenuidad fue criticada por algunos historiadores como Lievano Aguirre, cuando afirma que lograron exactamente lo opuesto a lo que querían, otros como Jaramillo Uribe ven necesario recalcar todos los avances que se hicieron, influenciados por el cosmopolitismo, sobre todo en materia intelectual.

La adopción de estos modelos federalistas, aunque caótica en naturaleza, se hace necesaria para llegar al centralismo y a la organización de los Estados en unidades cohesivas en las que el progreso económico y las cuestiones sociales se ven entrelazadas con el industrialismo. Este progreso ve su máxima expresión, por lo menos en Colombia, en la construcción del ferrocarril, impulsado por Núñez, para realmente unificar e impulsar al país, sobre todo en su economía. Hobsbawn (2010) afirma que esta invención es “un ingenio para unir las regiones productoras de materias primas con un puerto, desde donde se transportarían por mar hasta las zonas urbanas e industriales del mundo”.

Por otra parte, el deseo de adoptar nuevas formas e ideas se ve reflejado en el texto de Rama (2010), cuya visión del modernismo no deja de ser alentadora, denominándolo como “la llegada del orden y el progreso”. Ese progreso trae consigo una adopción de formas e ideas novedosas y por supuesto, son pertenecientes al extranjero, países que eran el símbolo de la prosperidad y acuñaban la ideología de la ilustración, las influencias francesas y, sobre todo, norteamericanas, dejando de lado las tradicionales españolas y las portuguesas.

Resaltamos en Rama la importancia, justa y merecida, dada a Brasil, muchas veces olvidado y sin ser tenido en cuenta dentro de Latinoamérica debido propiamente a la barrera lingüística. Esta visión de alejarse de la tradición tan presente en los textos nos hace preguntarnos a qué se debe, ¿es una romantización o fanatismo de lo extranjero? Por ejemplo, la inclinación hacia las formas francesas para obtener valía y reconocimiento incluso dentro en la literatura: era París el centro de todo, era allí a donde los escritores debían viajar para encontrarse, para volverse algo así como verdaderos escritores.

Esta idea de alejar lo heredado la podemos ver consolidada en todos los niveles: económico, espiritual, y literario. Las naciones repudiaron los anteriores modelos y consiguieron nuevos, y, sin embargo, fue con estos escritores modernistas que la literatura hispanoamericana obtuvo su singularidad, y podría parecernos un hecho irónico al considerar que fue a través de seguir e incorporar modelos de otros, pero eso no es para nada nuevo si recordamos que es a través del conocimiento del otro que se obtiene una idea de los límites de “uno” como parte de algo mayor. Podemos intuir en esa búsqueda nuevamente de la tradición dejada, quizás un poco la decepción de la forma a la que habían abrazado, pero sobre todo un paso inicial de un entendimiento de identidad propia y como recompensa a obtener un atisbo de identidad no sólo a nivel literario, sino también ideológico, social y económico.

Es por esto que la incorporación de la literatura hispanoamericana a la occidental es un reflejo de la integración a la economía mundial de estas naciones, que se había dado de forma tardía y con connotaciones distintas a las europeas o a la norteamericana. El realismo hispanoamericano de finales del siglo XIX estaba permeado por corrientes subjetivas y exploradoras que se alejaban en mayor medida de las bases extranjeras con las que habían nacido.

Para sustentar nuestra hipótesis de que una las causas de este utilitarismo a la búsqueda de lo que nos arriesgamos a llamar una identidad propia, traemos a colación una cita de las conclusiones de Hobsbawm (2010) sobre la unificación del mundo: “[...] los observadores liberales contemporáneos aceptaron que, a corto o medio plazo, el desarrollo provenía de la formación de naciones diferentes y rivales. Lo máximo que podía esperarse era que éstas incorporaran las mismas clases de instituciones, economía y creencias.”

Entendiendo entonces que para incorporarse a esa unidad del mundo era necesario que la nación estuviera consolidada, es más, era necesario que tuviera creencias, instituciones, economía propia, etc., es decir, que poseyera identidad. Las naciones guiadas por los intelectuales casi de forma ineludible debían acogerse al movimiento abrasador que en ese entonces representaba la civilización, el bienestar, el camino a seguir y para ello debían aspirar y perseguir ser un reflejo de aquellas civilizaciones poderosas.

Así, en corriente con esta hipótesis, las naciones reaccionaron a su tiempo, y dentro de esa vorágine se descubrieron, y al descubrirse volvieron a sus orígenes y, en concordancia, la tan negada tradición hispana tuvo su cabida y su restauración. Un ejemplo de esto es Antonio Caro, como nos refiere Jaramillo Velez (1990), quién representaba el regreso de la tradición hispana, y uno de los colombianos más influyentes de su tiempo, o en la literatura, Rubén Darío, quién rescata de nuevo las formas tradicionales como el verso alejandrino.

Tener una identidad en un mundo que poco a poco se adapta al modelo capitalista, a las ideas industriales y de la ilustración era indispensable. Es por esto por lo que consideramos la falta de identidad y su búsqueda como una de las principales causas de esa necesidad prevista en la joven nación de Colombia, a ese utilitarismo del cual venimos hablando, necesidad que vemos con mucho sentido. El país debía acogerse al cambio. Los pensamientos heredados no eran adecuados para el sistema propuesto, y aún más importante, la falta de identidad en la que quedaron las naciones después de la independencia, esa falta de identidad tan latente los llevó a buscar una nueva forma de visualizarse.

Pero ese viaje de descubrimiento de la identidad implica un grado de transculturación que inicia con la imitación de procesos y estructuras extranjeras que le sirvan a la visión idealista que se desea alcanzar y que, irónicamente, va tomando vida propia hasta convertirse en aquello que es único a sí mismo, que refleja las tradiciones arraigadas, los problemas propios, pero sobre todo, la diferencia con el otro. Hobsbawn lo menciona como toda una paradoja, que “la unidad del mundo implicaba división”.

Sin embargo, estos procesos de identificación identitaria son más comunes entre los intelectuales de clases medias y altas que tienen la suficiente conciencia propia para identificar las singularidades culturales o tratar de encontrarse o definirse a sí mismos. La masa sometida ante las influencias extranjeras sólo puede plegarse ante ellas y adoptar sus modelos bajo la idea de que esas sociedades son más avanzadas y, por tanto, son mejores, más civilizadas, entonces las pocas expresiones artísticas propias que vemos se pierden en el flujo de una explosión continúa de procesos homogeneizadores, en los que constantemente intentamos emular su música, su literatura, su cine, inclusive su forma de vestir. Entendemos la modernidad como esa idea de globalización uniforme cuando en realidad es la transformación de tendencias, estéticas y doctrinas que nos llevan a reescribir nuestra propia historia, a interpretar nuestro entorno de acuerdo con nuestras raíces, sin olvidarlas.

Es falso decir que no existe la identidad latinoamericana, que no tenemos cultura, arte o literatura, que todo es una copia de lo extranjero, pero la misma literatura nos muestra que somos capaces de interiorizar lo ajeno, hacerlo nuestro y ponerlo de nuevo ante los ojos del resto del mundo. La modernidad se traduce como un movimiento de democratización del mercado, de la educación, de la cultura y, aunque todavía existe una gran desigualdad respecto a esta, las brechas van cerrándose de a poco. Si en las naciones del llamado “primer mundo” quieren afirmar que, como unidad, el mundo la ha superado, no hace falta más que miren a sus vecinos del sur, la modernidad sigue transformando todo aquello que toca, y seguirá haciéndolo por unas cuantas generaciones más, pues recordamos y nos referimos a esa primera meta del movimiento intelectual insaciable que buscaba la igualdad para todos.


Referencias bibliográficas


Hobsbawn, E. (2010). La unificación del mundo en La era del capital, 1848-1875 (pp 60-79). Paidós.

Jaramillo Vélez, R. (1990). La postergación de la experiencia de la modernidad en Colombia. NOVUM, 2(5-6), 7–22. https://revistas.unal.edu.co/index.php/novum/article/view/86499

Rama, Á. (1983). La modernización literaria latinoamericana (1870-1910). Hispamérica, 12(36), 3–19. http://www.jstor.org/stable/20542089

Rubén Darío. (1896). Prosas profanas y otros poemas. Pablo E. Coni e Hijos.